jueves, 25 de octubre de 2012

"Sin Quererlo" Por: C. Rafael. R. M. (Narrador/Cattus Niger)


Sin Quererlo
Por: C. Rafael R. M.
(Narrador/Cattus Niger)

Sin quererlo, sin pensarlo siquiera. Fue un reflejo, de esos que cambian el curso del destino. Poderosa revelación. El día 4 del mes de Enero, en el fatigoso año de… Bueno, que más da… Todos los años son fatigosos mientras se está con vida.

La tarde brillaba con un color dorado y vibrante, rematado de hermosas tonalidades de naranja y cobre. Una tarde hermosa… Como tu presencia. Podría describirte con un poema, pero se quedaría muy corto; es más, ni con una sonata podría enmarcar tu hermoso rostro. Con aquellas facciones tan definidas y precisas.

¿Quién diría que este día sería uno de esos? Todo comenzó al abrir los ojos por la mañana, lavarme el rostro y cambiar de ropa. Caminar, como todas las mañanas al trabajo, esforzarme en terminar rápido y limpiamente mi jornada. Mirando el reloj, cada cinco minutos, que parecen diez, y terminan siendo dos. Muriendo lento detrás de aquel feo y estereotipado escritorio barato, donde el cajón chueco se esmera en conservar los archivos que necesito leer. Termino jalando con todas mi fuerzas y sin poderlo evitar me enojo, y hago el coraje entripado que no debería, y que sin embargo ahí está, de nuevo haciéndome padecer del estómago con ese terrible dolor gástrico.

Terminando ese pequeño infierno matutino, y con el alivio de la salida, me dirijo hacia mi casa, y de paso me detengo, como es mi costumbre en ese agujero que se hace pasar por cafetería. El sol me ha jugado chueco este día y con saña empuja mi cuerpo contra el suelo, haciéndome más pesado aún. “¿Será que este día no termina?” me digo mientras tomo asiento en una de las mesas en la azotea del lugar.

Después, siguiendo una serie de instrucciones bien marcadas por la rutina… Limpiaré la mesa con una servilleta de papel, y veré caer el azúcar y morunas al suelo de viejos azulejos, con ese dejo de desprecio ante la falta de higiene del lugar. Me preguntaré por qué sigo entrando a este lugar, y como siempre, el menú; que aparecerá ante mí, tan rudamente expuesto por un “mesero”, me recuerda la razón… El presupuesto en mis bolsillos.

Y aunque el inútil ya sabe cual será mi orden, se obstina en mirarme con una mirada desesperada por mi partida, en pos de la propina. Sabe que suelo ser generoso. Pido el café negro, cargado. A la partida del mesero, un intenso destello me ciega por unos segundos. Entonces, sin quererlo, por inercia, me hecho hacia atrás, intentando proteger mi vista. Cual es mi sorpresa, que el destino preparaba, en la cual mi silla; vieja y deteriorada por la humedad, sede ante el peso y voy de espaldas contra el suelo. Y ante mi enorme sorpresa y pavor, de entre las risas y carcajadas, nace una tierna voz. Miro y tu mano, fiel y pálida, se encuentra ante mi rostro. “¿Estás bien?” Preguntas estúpidamente. Pero para ti no tengo sarcasmo, ni respuesta. Simplemente tomo tu mano y una vez de pie, tengo en enorme lujo de compartir una mirada. Tú mirada.

Una mezcla de sabores, sentimientos y de olores recorren mi piel; tan fríos que queman, tan tiernos que aterran. Y las hermosas texturas en tus ojos. Una serie de colores simples. Marrón acá, avellana acullá. Manchones en un lienzo cristalino, puro. Me sonríes y tus mejillas se doblan maravillosamente en una mueca hermosa. Me saludan hermosas perlas blancas detrás de un par de carnosos labios coquetos. Tan simple el gesto, tan avasalladora la sensación.

¿Quién eres tú? ¿De dónde haz llegado? “Gracias…” Mi vos se escucha seca… y las risitas, que aun no paran aturden mis sentidos. Miro tu piel y no puedo pensar en algo más delicado; con finos vellos dorados aquí y allá. Imperceptibles a simple vista. “De nada… Ten más cuidado.” Y sonríes mientras te vas. Te alejas.

La desesperación se apodera de mi mente, y busco respuestas, preguntas, escusas para prolongar tu presencia. Pero solo caminas unos pasos, y te sientas en la mesa de frente. Tomas asiento de una forma sensual, justo en frente de mí. El mesero trae mi orden y una nueva silla. Esta vez la miro con precaución.

Me siento y sin poderlo evitar, mi mirada ya no busca migas, sino tu hermosa mirada fija. Y conociendo mi suerte no es de sorprender que no me mires, que te desentiendas de mi persona una vez realizada tu dádiva. Así que tomo la enorme tasa, a la cual se le ha derramado algo de café. Lo pruebo caliente. El ardor es delicioso. Lo dejo pasar suave por mi boca, saboreando la gama de amargos matices. Cierro los ojos y disfruto de esta bocanada de libertad… El día que no tome café, ese día seré esclavo de mi destino. Al abrirlos, un vuelco al corazón me estremece, y casi dejo caer la bebida. En un torpe intento de desviar la mirada… Tu solo sonríes y me miras… ¡Me miras! Y sin quererlo, hoy es un buen día.

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