Sin
Quererlo
Por: C. Rafael R. M.
(Narrador/Cattus Niger)
…
Sin quererlo,
sin pensarlo siquiera. Fue un reflejo, de esos que cambian el curso del
destino. Poderosa revelación. El día 4 del mes de Enero, en el fatigoso año de…
Bueno, que más da… Todos los años son fatigosos mientras se está con vida.
La tarde brillaba con un color
dorado y vibrante, rematado de hermosas tonalidades de naranja y cobre. Una
tarde hermosa… Como tu presencia. Podría describirte con un poema, pero se
quedaría muy corto; es más, ni con una sonata podría enmarcar tu hermoso
rostro. Con aquellas facciones tan definidas y precisas.
¿Quién diría que este día sería
uno de esos? Todo comenzó al abrir los ojos por la mañana, lavarme el rostro y
cambiar de ropa. Caminar, como todas las mañanas al trabajo, esforzarme en
terminar rápido y limpiamente mi jornada. Mirando el reloj, cada cinco minutos,
que parecen diez, y terminan siendo dos. Muriendo lento detrás de aquel feo y
estereotipado escritorio barato, donde el cajón chueco se esmera en conservar
los archivos que necesito leer. Termino jalando con todas mi fuerzas y sin
poderlo evitar me enojo, y hago el coraje entripado que no debería, y que sin
embargo ahí está, de nuevo haciéndome padecer del estómago con ese terrible
dolor gástrico.
Terminando ese pequeño infierno
matutino, y con el alivio de la salida, me dirijo hacia mi casa, y de paso me
detengo, como es mi costumbre en ese agujero que se hace pasar por cafetería.
El sol me ha jugado chueco este día y con saña empuja mi cuerpo contra el
suelo, haciéndome más pesado aún. “¿Será que este día no termina?” me digo
mientras tomo asiento en una de las mesas en la azotea del lugar.
Después, siguiendo una serie de
instrucciones bien marcadas por la rutina… Limpiaré la mesa con una servilleta
de papel, y veré caer el azúcar y morunas al suelo de viejos azulejos, con ese
dejo de desprecio ante la falta de higiene del lugar. Me preguntaré por qué
sigo entrando a este lugar, y como siempre, el menú; que aparecerá ante mí, tan
rudamente expuesto por un “mesero”, me recuerda la razón… El presupuesto en mis
bolsillos.
Y aunque el inútil ya sabe cual
será mi orden, se obstina en mirarme con una mirada desesperada por mi partida,
en pos de la propina. Sabe que suelo ser generoso. Pido el café negro, cargado.
A la partida del mesero, un intenso destello me ciega por unos segundos.
Entonces, sin quererlo, por inercia, me hecho hacia atrás, intentando proteger mi
vista. Cual es mi sorpresa, que el destino preparaba, en la cual mi silla;
vieja y deteriorada por la humedad, sede ante el peso y voy de espaldas contra
el suelo. Y ante mi enorme sorpresa y pavor, de entre las risas y carcajadas,
nace una tierna voz. Miro y tu mano, fiel y pálida, se encuentra ante mi
rostro. “¿Estás bien?” Preguntas estúpidamente. Pero para ti no tengo sarcasmo,
ni respuesta. Simplemente tomo tu mano y una vez de pie, tengo en enorme lujo
de compartir una mirada. Tú mirada.
Una mezcla de sabores,
sentimientos y de olores recorren mi piel; tan fríos que queman, tan tiernos
que aterran. Y las hermosas texturas en tus ojos. Una serie de colores simples.
Marrón acá, avellana acullá. Manchones en un lienzo cristalino, puro. Me sonríes
y tus mejillas se doblan maravillosamente en una mueca hermosa. Me saludan
hermosas perlas blancas detrás de un par de carnosos labios coquetos. Tan
simple el gesto, tan avasalladora la sensación.
¿Quién eres tú? ¿De dónde haz
llegado? “Gracias…” Mi vos se escucha seca… y las risitas, que aun no paran
aturden mis sentidos. Miro tu piel y no puedo pensar en algo más delicado; con finos
vellos dorados aquí y allá. Imperceptibles a simple vista. “De nada… Ten más
cuidado.” Y sonríes mientras te vas. Te alejas.
La desesperación se apodera de mi
mente, y busco respuestas, preguntas, escusas para prolongar tu presencia. Pero
solo caminas unos pasos, y te sientas en la mesa de frente. Tomas asiento de
una forma sensual, justo en frente de mí. El mesero trae mi orden y una nueva
silla. Esta vez la miro con precaución.
Me siento y sin poderlo evitar,
mi mirada ya no busca migas, sino tu hermosa mirada fija. Y conociendo mi
suerte no es de sorprender que no me mires, que te desentiendas de mi persona
una vez realizada tu dádiva. Así que tomo la enorme tasa, a la cual se le ha
derramado algo de café. Lo pruebo caliente. El ardor es delicioso. Lo dejo pasar
suave por mi boca, saboreando la gama de amargos matices. Cierro los ojos y
disfruto de esta bocanada de libertad… El día que no tome café, ese día seré
esclavo de mi destino. Al abrirlos, un vuelco al corazón me estremece, y casi
dejo caer la bebida. En un torpe intento de desviar la mirada… Tu solo sonríes
y me miras… ¡Me miras! Y sin quererlo, hoy es un buen día.
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